Escribir es una forma de existencia y una respuesta vital a las preguntas más profundas del ser, pero estos jóvenes poetas lo van a descubrir por sí mismos en un hermoso y lento viaje hacia la luz, como decía el poeta de Morelos, Javier Sicilia. Y por eso es maravilloso ver nacer un poeta. Es igual a la experiencia del astrónomo que ve nacer una supernova (si es que nace, quizá, como la poesía, siempre estuvo ahí). Porque nos recuerda que hay observadores naturales que viven más cercanos al centro de sí mismos. Que callados, se vuelcan ante la belleza del mundo para intentar asirla, y poco a poco, se van descubriendo como obreros del arte.
Apuesto el brazo izquierdo (soy zurdo) y el corazón, que esto justo está ocurriendo con Ernesto Lavín. Cuando me entregó sus textos, inmediatamente vi esa necesidad de la escritura. Esa conmemoración de su juventud. Y a partir de la revisión y relectura de los poemas, vi empezar a cuajarse la poesía que lo va a definir toda la vida.
Como dice Rilke, está la urgencia de expresar lo que siente: “Estoy en huelga de sentir tanto, / porque me sacude la vida / sólo por un rato.” Está también la maravilla ante el mundo que al mismo tiempo duele: “el mar y yo nos parecemos / estamos rodeados de todos / pero abandonados”. Y, sobre todo, está el primer gran movimiento telúrico del alma, aquello que nos doblega por primera vez, con sus miles de látigos y rosas: aparece el amor inmarcesible como experiencia vital:
Estarás a salvo conmigo,
en mis brazos y en mi pecho.
Tu nombre será como rubí
dicho en mi boca.
Tus manos crearán arte,
tus pies pisarán seguros,
dejarán huellas perpetuas.
Estarás a salvo conmigo,
cuando te abrace fuerte,
cuando bebas de mí.
Y esta experiencia poética es universal. Verla en Lavín es verla en todos los seres humanos del mundo. Pero pocos se atreven a dejarla escrita.
~Afhit Hernández
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